Los maestros de Vila Puig fueron Joan Vila Cinca y, posteriormente, en la Escuela de Bellas Artes de la Llotja, Modest Urgell.

El amigo artista Joan Vilatobà consiguió que Vila Puig fuese pensionado por el ayuntamiento de Sabadell en 1917 para completar sus estudios en la Real Academia de San Fernando de Madrid. En la capital frecuentó el Museo del Prado, donde observó y copió obras de Tiziano, El Greco y Tintoretto.

Los años de formación de Vila Puig coincidieron con el estallido del novecentismo. Con Joan Cortés, Joan Serra y Josep Viladomat, se vincularía al grupo llamado los Evolucionistas.

En el año 1919 realizó su primer viaje a París, donde descubrió la pintura de Corot y los preimpresionistas, que le entusiasmó. Amplió su periplo europeo con sus viajes a Venecia y Florencia, donde cambió los grises parisinos por el clasicismo italiano. De vuelta, sustituyó los periplos urbanos por un entorno rural, de masías y caminos polvorientos que seguirían estando presentes en su obra siempre.

Su primera exposición individual llegó el año 1918 en Granada. Siguieron muestras en el Círculo de Bellas Artes de Madrid (1920) y en las Galerías Layetanas de Barcelona (1920). Su vocación de pintor y el afán por el trabajo detallista y constante de los temas del campo hacen de las pinturas de Vila Puig una verdadera radiografía de los paisajes de su querido Vallès.

Este óleo es paradigmático del estilo y de la temática de Vila Puig, centrada básicamente en el campo del Vallès Oriental. En este caso, una serie de pajares  protagonizan la escena, con una campesina que aparece en primer plano. Al fondo, la casa de labranza armoniza con el entorno gracias a una sinfonía de ocres.

Lejos del esencialismo romántico de su maestro Modest Urgell, capaz de ir eliminando o transformando los elementos reales del paisaje en beneficio de la composición, Vila Puig acentúa el equilibrio de estos mediante la pincelada y evoca, de forma casi bucólica, el entorno cercano a la Sabadell fabril.